70 años de historias | Sandra Diez
Para celebrar nuestro septuagésimo aniversario, en 2018 documentamos siete historias de siete colaboradores que nos han ayudado a impulsar el crecimiento de ATMA en los últimos 70 años.
Te invitamos a conocer la historia de Sandra Diez.
Comencé a trabajar en ATMA cuando tenía 22 años. Me había casado hacía poco tiempo y vine del interior en busca de trabajo. Al mes entré en la empresa y estaba muy contenta por la oportunidad. Pero a la vez era un gran desafío.
Desde el principio me sentí cómoda porque siempre hubo un clima de mucho respeto, que es una de las cosas que destaco de este lugar de trabajo.
Cuando empecé trabajaba en un área que hoy ya no existe, que era la de terminación. Allí llevaban las piezas cuando salían de las máquinas y se les hacía el trabajo final. Sin embargo, como siempre faltaba gente en las máquinas rápidamente pasé para ahí y enseguida le agarré la mano. Aprendí en el oficio y tenía facilidad.
Al principio trabajaba con una máquina de inyección, con la que se hacían productos como los vasos para café y envases para helados. A los pocos años de estar acá la empresa empezó a cambiar y tuvimos que adaptarnos. El trabajo de terminación de las piezas, por ejemplo, ya lo hacía el maquinista directamente. Con el paso del tiempo yo ya conocía y trabajaba en todas las máquinas.
Para algunas personas no fueron fáciles los cambios, por ejemplo tener que hacer todo en la máquina. Pero creo que esos cambios fueron para bien. Antes el trabajo implicaba usar más la fuerza física y ahora no. Ahora se trabaja mucho más rápido.
Cuando llevaba tres años en la empresa me ofrecieron hacer una suplencia en el área de control de calidad y esa fue una experiencia que me permitió superarme.
A lo largo de los años se vivieron distintas situaciones. Recuerdo que hubo una época en la que se tuvo que reducir personal. En el 2002 éramos muy pocos y trabajábamos en lo que fuera necesario. En ese momento, por ejemplo, yo pasé por áreas como la de expedición y la de teñido y recuperación de materiales. Estaba agradecida por poder seguir trabajando en una época tan complicada. Después fue al revés: se empezó a sumar gente y la empresa a crecer.
Ese mismo año la empresa incorporó máquinas de serigrafía. Había venido gente para hacer esa tarea específica, pero faltaban manos y fui a esa área. Yo sabía hacer serigrafía a mano y como me gustó seguí aprendiendo y desde hace años me dedico a esa tarea junto a una compañera.
En los últimos años las mujeres tuvimos muchas oportunidades para crecer en ATMA. Ahora por primera vez dos mujeres llevan adelante la parte de serigrafía, armando y desarmando máquinas, que eran tareas que durante mucho tiempo hacían los hombres. Y además del trabajo están los vínculos. Aquí tengo muy buenos compañeros y a dos grandes amigas.
Gracias al trabajo pude darle una buena educación a mi hija, que hoy ya está estudiando en la Facultad de Economía y trabajando en una empresa vinculada a su área de estudio. De esa manera, lo que yo por algunas circunstancias de la vida no pude alcanzar, sí se lo pude dar a ella.